Notas / Una música constante

Alejandro Cernuda, Alcorcón: 29/10/2024


Las líneas temáticas de esta novela cuelgan como hilachas de una fregona y van delineando con exactitud personajes y una historia minimalista, como se estila hoy en ese tipo de literatura que alimenta ya generaciones.

Con conocimiento de causa Vikram Seth nos hace masticar como un chicle la vida de Michael Holmes, un músico, un violín segundo en un cuarteto, sin grandes aspiraciones -ni Michael ni el cuarteto-. Narra con precisión, mucho diálogo y párrafos relampagueantes la vida en suave caída libre de este hombre adicto a la melancolía de un tiempo al que nunca debió intentar volver.

Está enamorado de Julia o eso parece; pero la chica, con circunstancia incluida, ya no es la misma. Aunque parezca desgarrador y lo es, cualquiera que haya estado en situación comprenderá con el paso del tiempo que vivir la experiencia re amar a una persona, tiene pésimas consecuencias a corto plazo y la reafirmación del carácter al cabo de los años. Generalmente las historias de este tipo se quedan en lo inmediato y parece que a los personajes se les va a acabar el mundo. No es así, todo pasa. Nos gusta porque somos adictos al dolor, sólo comparado con la individualidad de morir a causa de la caída de un meteorito.

La zaga de este idilio está contada con una precisión tal que conmoverá a todo aquel que de alguna manera quedó detenido en el tiempo. Es, por otra parte, algo común en los seres humanos y, por tanto, público habrá.

Vikram Seth es un buen narrador y da fe de su conocimiento de la música y de la naturaleza humana, al menos la naturaleza de los perdedores. Atestigua un trabajo profundo, como debe hacerse, de los aspectos musicales de la obra. Una música constante, como corresponde a la novela moderna, prioriza la narración directa, sin florituras ni descripciones; sin embargo, nótese que cuando se añade algo de estos elementos, en la parte que narra el viaje a Venecia, la novela por un tiempo gana en dimensión. No así en Viena, espacio geográfico donde Julia y Michael vivieron su idilio.

Quienes, al concluir la obra, hayan sumado el disfrute de alguna interpretación de La Trucha de Schubert o de El Arte de la Fuga de Bach, habrán dado cumplimiento al mágico círculo de la música y la literatura ortodoxa.

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