Notas / Los inmorales

Alejandro Cernuda, Alcorcón: 6/10/2024


Aunque lectores tuvo, nadie escuchó a Carlos Loveira en su momento. La gente parecía no leerlo como se merece, tal vez por la insana influencia de la novela latinoamericana de su tiempo; que con ser Queiroz, José Eustacio Rivera, Vargas Vilas e incluso Martí grandes escritores de su tiempo, no fueron una buena influencia en la generación precedente ni han sabido serlo en las futuras. Hasta el aterrizaje del Realismo Mágico, muchos años después, la mejor literatura latinoamericana se definió por una innegable influencia europea, de Balzac, de Flaubert, de Baudelaire y hasta de los rusos.

Carlos Loveira, un tipo hecho a sí mismo, se nutrió de ellos -de los latinoamericanos-, como es lógico y como se entiende también, al venir del empirismo, porque este hombre que llegó lejos no estudió jamás en universidad, su literatura, demasiado adjetivada, demasiado llena de lugares comunes, esconde una verdad profética, un sentimiento pragmático de la vida… Eso fue lo que nadie o, para ser más exactos, pocos entendieron.

No voy a extenderme demasiado en Los inmorales. Hasta el título está subido de tono. La novela atraviesa una primera parte -que casi llega hasta el final- minimalista, si se quiere, una historia de amor e inmoralidad al uso de la época, una inmoralidad que depende más de las condiciones sociales que de los propios protagonistas, arrastrados, primero por el deseo, la casualidad, y luego por el convencionalismo a desbaratar dos matrimonios con el propósito manido de dar paso a eso que llamamos, en nuestros momentos más íntimos, verdadero amor. Jacinto y Elena huyen a Panamá, esto es un puntazo en la novela, pues la literatura cubana casi siempre se ha quedado en Cuba, luego se van a Chile, a Perú, a Ecuador y por fin regreso a La Habana. Carlos Loveira estuvo en todos esos sitios. Donde quiera que van son perseguidos, acorralados, por las convenciones sociales que no comprende eso de vivir en concubinato, cosa curiosa, principal manera a ayuntamiento hoy en Cuba.

La mínima segunda parte, un preámbulo a la obra posterior de Carlos Loveira y un guiño a su propia vida, cuenta la casi desilusión de Jacinto, cercado por la pobreza y el objetivo de mantener dos familias, cosa que no se podía hacer en aquella época sin renunciar a las convicciones socialistas, bueno, hoy parece que es al revés, sin que esto melle el carácter de Casandra que tenía el autor. La democracia en Cuba era eso, ¿lo es? Una oportunidad para quien transige con el régimen de turno sin tener en cuenta el bien o el mal, lo justo. Tal vez éste no sea acaso un problema sólo de la isla caribeña y el hecho de que Carlos Loveira, siempre autobiográfico en sus libros, nos adelante aquí casi el final de Los Ciegos -ya hablaremos de esta novela-, parece que también nos adelanta su vida de vagabundo por medio continente y su final conversión al funcionariado displicente.

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