Notas / Camino a Uithuizen
Alejandro Cernuda, Alcorcón: 11/6/2024
Serán tres veces. Maldije mientras recorría las calles de Spijke. Tres intentos de llegar a Uithuizen sin saber para qué. Entonces apareció esa pareja de alemanes y desde que los vi avanzar por el caminito del bosque supe que iban a preguntarme alguna dirección. Es algo que se nota en la mirada de los turistas, como solía predecir antes quién me iba a pedir fuego en la calle o cuando algún policía estaba a punto de exigirme la documentación.
Era la segunda vez que intentaba llegar en bicicleta desde Delfzijl a Uithuizen y al parecer iba a haber una tercera. La lluvia vino por barlovento, como un torrente que doblaba el trigal aún verde. Ninguna construcción humana donde guarecerse. Un poco de frío. Había sobrepasado el pueblo de Spijke y daba lo mismo retornar que seguir adelante. Pero avanzar era prácticamente imposible y el viento, la soledad, alcanzaban ese carácter temible que suelen tener los paisajes desconocidos y desprovistos de humanidad.
No me quedó más remedio que salirme del camino y guarecerme tras un árbol que confundí con un tamarindo hasta que me di cuenta de que era un sauce aún no muy llorón. Me molestaba el contacto con mi ropa mojada y me quedé casi inmóvil, dando pequeños pasos para escudarme de alguna ráfaga lateral. Al cesar la lluvia quedó el viento fuerte y un día cargado de gris. Los dedos se me habían agarrotado de tal modo que me costaba apretar el timón de la bicicleta. Continué, sin embargo, el último impulso o lo que creía hacer- para llegar a Uithuizen.
En el primer cruce de camino el viento sopló fuerte, el trigo verde se dobló como diciendo en esta dirección y me dejé llevar de regreso a Delfzijl. Me volví a perder y cuando recuperé el camino ya podía ver entre los árboles la iglesia de Spijke. Compré un café en el primer bar, más con la intención de calentarme las manos que de beberlo, aunque de cierto lo hice. Luego seguí por un camino que había recorrido ya tres veces.
No puse mucho empeño la primera ocasión. Son sólo 22 kilómetros y Uithuizen era nada más un punto en el mapa, en mi camino entre Delfzijl y la isla de Schiermonnikoog, uno de mis planes futuros. Sin poner mucho empeño regresé en cuanto me vi perdido -la primera vez siempre me pasa-. Sin saber que me perdería al regreso sin otro remedio que pegarme a la carretera del dique e ir esquivando ovejas nada prudentes y desbastando de su mierda la rueda delantera de mi bicicleta. Pero el dique era un camino conocido, mil veces caminado ya en las tardes aburridas.
En la segunda ocasión, cuando me encontré con la pareja de alemanes y nicht, no hablaban inglés ni nada que pudiera entender. Pero me señalaron Delfzijil en el mapa y me sentí al principio contento de acompañarlos un tramo de la carretera. Una pareja de los tiempos de Hitler. Y la viejecita iba adelante, con envidiable energía, y él viejo detrás, conmigo. Het regent, le dije arriesgando la vecindad de los idiomas y él. nicht, y me señaló el cielo azul mientras sonreía. Y era verdad, ya no había ni una nube, todo azul, y también el viento había cesado.
Los dejé adelantarse, porque cada uno tiene derecho a su aventura, y mirándolos, como a dos viejos granujas, fue cuando decidí que no habría otra ocasión, sino que en ese momento me iría a Uithuizen. Fue muy fácil el camino después.
Cuando llegué a Uithuizen pregunté dónde estaba la iglesia de Jackobi y me la encontré rodeada de tiendas de vendedores ambulantes pues era día de feria en el pueblo. Di varias vueltas alrededor de la iglesia, pero no había una placa, un cartel. ni un alma a quién preguntar. Así que monté guardia por una hora a la puerta hasta que, aburrido de esperar, me fui a caminar por el pueblo.
Calle abajo encontré otra iglesia si no más grande por lo menos más gótica -neogótica- y frente a ella el símbolo de la concha. Esta y no la otra iglesia era el punto de inicio de una de las rutas modernas del Camino de Santiago y lo único que yo conocía de Uithuizen hasta ese momento.
Cuando la Reforma invadió los Países Bajos, las iglesias fueron ocupadas por los protestantes, pero muchas conservaron sus nombres católicos. Por eso mi confusión con Jacobi y Sankt Jakob, que se hizo después y hoy, entre los puntos de interés de Uithuizen, desde 2008 marca el inicio de una de las rutas del Camino de Santiago. También, en este pueblo de no más de 6000 habitantes, se encuentra, en la iglesia protestante, un magnífico órgano, obra del artífice alemán Arp Schnitger, del año 1701, que fue considerado el más grande de su tiempo en una modesta villa de los Países Bajos y hoy es uno de los mejores conservados de Europa.
A las afueras de Uithuizen se encuentra del centro urbano y museo Menkemaborg, construido en 1705, cuatro años después del órgano. Es uno de los castillos más originales de Holanda, con un jardín laberinto conservado en su construcción original. Menkemaborg, que estuvo en manos privadas hasta inicios del siglo XX, es uno de los dieciséis castillos del siglo XVIII que aún se conservan en la provincia de Groninga, de los más de doscientos construidos en esa época. Una ojeada a sus jardines y estancias ayudará a figurarnos la vida de la aristocracia provinciana de esos años.
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