Notas / La historia comienza en Sumer

Alejandro Cernuda, Alcorcón: 17/7/2024


Sí, el señor Kramer, un ucraniano judío nacionalizado en los Etados Unidos a principios del siglo pasado, tal vez la máxima autoridad de su tiempo en sumerología, aleja por unos instantes su pluma de las publicaciones demasiado técnicas, demasiado académicas, y escribe este cuaderno para un público más general -¿no es acaso ésta la verdadera razón de la ciencia?- donde nos cuenta, con autorizada humildad, de qué van esos trazos en las tabletas de arcilla que miles de años ha, escribas anónimos trazaron con arduo detalle. 

Advertimos y no explica, no sé si hay explicación, que, pese a lo difícil que hubo de ser la escritura de tal naturaleza, estos escribas no se cortan en los énfasis. Pongo un ejemplo. 

Advierte a Utu, el héroe Utu El País está guardado por Utu, el País de cedro talado es el héroe Utu quien lo guarda ¡advierte a Utu!». Gilgamesh se apoderó de un cabrito blanco; Y estrechó contra su pecho un cabrito pardo, una ofrenda.

Las tablillas, que parecen crecer en la tierra oculta debajo de otras civilizaciones, no paran de advertirnos que antiguo no es necesariamente menos sabio. La civilización sumeria gusta de informarnos de historias de una poética extraña a nosotros, creativa y en ocasiones de una creatividad apabullante; tal es el caso de Gilgamesh, héroe mencionado en el fragmento anterior y de quién hablaremos con más profundidad en otra nota. Baste decir que Kramer, descubridor de varias tablillas donde se cuentan sus aventuras, dedica un capítulo magistral a discernir las semejanzas y diferencias entre el Gilgamesh sumerio y el posterior babilónico, con mil años de diferencia. Es, en suma, un ensayo sobre el plagio y la capacidad trascendental de los héroes. 

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Kramer nos dice: Desgraciadamente, no poseemos el texto completo de la Epopeya de Gilgamesh. De los 3500 versos aproximadamente que la componían, la mitad solamente ha llegado hasta nosotros. El resumen que doy a continuación, sacado de lo que subsiste de las once primeras tablillas, es, de todos modos, lo bastante sugestivo. Se verá, por otra parte, que este texto ofrece fructíferos puntos de comparación con los textos sumerios.

El proceso de traducción de esta tablillas, las peculiaridades de la lengua sumeria y la manera en que los arqueólogos la descubrieron es un capítulo fundamental, casi al término del libro. Se extraña, por decir algo, una sistematización de la historia sumeria, una cronología, cosa que, por otra parte, no es el propósito del libro, siempre entre el análisis literario y social de los textos y civilizaciones implicadas. Tampoco los sumerios lo hicieron, se queja Kramer. No se han encontrado tratados de historia ni de filosofía. Los pocos textos científicos -se ejemplifica con uno de farmacopea- están escritos con sumo descuento de información, tal vez para evitar la competencia. A veces da la impresión que más en las formas del lenguaje, lo escrito para los sumerios tenía objetivos distintos a los nuestros. No hay que confiar tampoco en las traducciones hechas antes de 1940, advierte nuestro autor. Hasta ahora no parece literatura para la posteridad, la que por ironía, ha llegado a ser la más antigua.

Son buenos esos libros que sugieren una conversación con el autor; más cuando es alguien como el sr. Kramer. La civilización sumeria, sin tener esos vuelos de belleza o épica, más acordes a nuestra manera actual de pensar, se resiste a parar de asombrarnos.

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