Notas / Las veladas de Dikanka
Alejandro Cernuda, Alcorcón: 23/7/2024
Tal como en otras obras Gógol contó con ayuda para confirmar su inspiración. Fue un trabajo que al parecer Pushkin emprendió en varias ocasiones. También aquel sacerdote ortodoxo, Konstantínovski, un fanático que en los últimos años de Gógol lo conminó a cambiar la vida de escritor por una religiosidad enfermiza y alucinativa que lo llevó a quemar sus libros. Nikolái murió diez días después de este acto. Al parecer todo comenzó aquí, con Las veladas de Dikanka. En este caso, fue su propia madre quien ayudó a nuestro escritor con su proyecto de historias inspiradas en su infancia en Ucrania. Le pidió a su madre que le escribiera contándole cosas de allá y hasta descripciones de las fiestas y los vestidos. Se cruzaron varias cartas y Nikolái logró encajar su primer éxito literario, publicado en trabajos aislados, en varias revistas, pero que le granjearon el respeto del mundillo literario de San Petersburgo.
Aún no es el Gógol que conocemos de Almas muertas o El capote, pero ya se sabe que hay algo en este chico de 22 años; en las descripciones al estilo puro de su tiempo, tal vez la época en la que mejor se ha utilizado la descripción del paisaje como recurso literario; las historias del sur, tan alejado de San Petersburgo, con ese aire pastoril y romántico, algo por otra parte muy apreciado por aquellos tiempos. Y hay más. La construcción de sus personajes ya se establece como una piedra fundadora de un estilo propio, héroes mitad grotescos a lo Lovecraft, mitad satíricos a lo Gógol. Héroes que no lo son, salvo por lo entrañables que pueden llegar a ser.
Dikanka es una suerte de Macondo que sí se puede ubicar en la geografía. Un espacio poblado por diablos, fantasmas, brujas, gente buena y esos cosacos que más tarde con tal desproporción pintaría en su novela Taras Bulba. Los cosacos aquí son retratados de una manera distinta más interior. Es una parte del pueblo con sus costumbres, sus pipas, pero la belicosidad no es el centro de su yo.
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