Alejandro Cernuda, Alcorcón: 3/7/2025
El bosque de Ancines, en su momento, quedó finalista del Premio Nadal. Esta suerte le tocó dos veces a su autor, Carlos Martínez-Barbeito.
La novela cuenta la historia de Benito Freire, un lobishome de Galicia. Un buhonero, conocedor de los caminos a través del monte, que era contratado para servir de guía a niños y mujeres, de los que nunca se volvía a saber.
Como acostumbro a hacer, cuando me es posible, también vi la película en la que devino el libro: El bosque del lobo, una de Pedro Olea, filmada en 1970. Cuando una película es buena puede ser un complemento de agradecer, como una copa de vino de despedida. La novela en sí, de gran valor formal, tiene la capacidad —no así la película— de transmitir la crudeza y el ambiente psicológico que envolvió, tanto a Benito Freire como a Minguiños, algo así como su discípulo involuntario. Hay grandes vuelos en la escena de la muerte de Teresa, que por accidente, después de apuñalada, cae en la hoguera y como que malogra las intenciones del asesino; o el momento en que llevan a exorcizar a Minguiños al santuario de Santa Eufemia, donde a golpe de ramalazos, gritos y vasos de agua, para no dejar espacio al maligno, le sacan a uno el diablo del cuerpo más rápido que una confesión a un terrorista en Guantánamo.
Sin embargo, ambas historias se quedan cortas ante la realidad, cosa que no me gusta y no entiendo por qué Carlos Martínez-Barbeito no aprovechó, no digo al máximo, sino al menos la mitad de la historia real, cosa que dio paso a que no se cerrara el ciclo de versiones que le siguieron, sobre la vida de Manuel Blanco Rosamanta, el verdadero hombre lobo de Galicia.
Fue el único caso de licantropía juzgado en España y el primero de un asesino en serie. Manuel Blanco Rosamanta, quien fue considerado niña hasta los ocho años y se casó joven y enviudó a los 22 años —casualmente no tuvo nada que ver—, se dedicó a partir de este doblemente fatídico hecho al trabajo de buhonero. Compra aquí y vende allá, recorría todos los caminos de Galicia y de vez en cuando se contrataba de guía para un viaje a Castilla u a otra parte remota, en viajes que, sin remedio, terminaban en el más allá.
Así, las versiones de la cantidad de gente que asesinó, salvo el primero siempre mujeres y niños, dicen que once, trece o diecisiete. El juicio duró casi un año y luego de esto fue condenado a garrote vil, luego, por intervención de Isabel II la pena se condonó por la cadena perpetua y lo llevaron a Ceuta, donde comenzaría otro de sus misterios. Parece que murió de cáncer, un tiempo después y que su cuerpo desapareció. No se esfumó, sin embargo, su recuerdo, que aún pesa en esa atmósfera a veces lúgubre y siempre poética, que tiene el paisaje tierra adentro de Galicia.
Ya ven ustedes las consecuencias de medio contar una historia. Con una novela tan buena, esta de Carlos Martínez-Barbeito, y con una película decente de Pedro Olea, aún hablo y hablaré más de la historia real.