Alejandro Cernuda, Alcorcón: 1/8/2025
Algunos de los que crecimos escuchando los versos sencillos de José Martí, en los tiempos que solían escenificarse en todos los colegios de Cuba, tuvimos la suerte de conocer parte de la historia de Carolina Otero, la bailarina española. A nosotros nos parecía algo así como Alicia Alonso con mantón, y es que en aquellos tiempos, y en un sitio donde casi todo el mundo baila, el escenario estaba reservado a un carácter, a una profesionalidad nada voluptuosa. El mismo José Martí no pudo saber mucho de ella, más que nada porque en ese momento apenas comenzaba su éxito, y, por otra parte, en sus versos sencillos hay tanto de esa sensibilidad ante la belleza, propia de él y del modernismo. Habla de Carolina Otero en un fragmento de poema dual, un fragmento de poema de melancolía, convicción y belleza; donde el poeta comparte el sujeto lírico y nos deja casi una pequeña crónica de la representación sobre no sabemos qué teatro de Nueva York. Ya llega la bailarina, soberbia y pálida llega, cómo dicen que es gallega, dicen mal, es divina «lo cito de memoria, casi todos los de mi generación podemos hacerlo».
Algo más había escuchado antes de leer esta biografía que, aunque imposible de contrastar en sus muchos detalles, no deja de leerse como la historia real de una mujer, cuando menos, interesante. Además de bailarina, Carolina Otero fue una cortesana, una horizontal, la sirena de los suicidios, como era conocida la gallega de Valga, aunque a mí eso de sirena de los suicidios siempre me sonó a pleonasmo. Agustina Otero Iglesias es parte de la historia de la Belle Époque y mucho más. En esta época existió ese raro concierto entre hombre importante y cortesana de lujo, en el que, al mostrarse juntos en público, ambos apuntalaban su prestigio. Son cosas que han muerto con el tiempo.
Dicen que cinco reyes cayeron rendidos a sus pies, que fue la mujer más rica de su tiempo. Vanderbilt «el nieto» le regaló un yate. Fue propietaria de una isla y varias villas. Viajó por todo el mundo. Aquel príncipe ruso dijo Arruíname pero no me dejes, frase que hoy se puede leer en camisetas que se venden en Valga, Galicia, donde esta chica, una pordiosera, un día, después de ser violada a los diez u once años, decidió largarse. Tal vez en Valga deberían vender alguna camiseta con la frase de José Martí. Creo que a ella le gustaría. Carolina Otero vivió en una época donde las historias como las suyas pasaban sigilosas entre las mesas de los cafés de París, entre aprendices de gigolos y coquetas señoritas, aspirantes a bailarinas de cancán. Luego las mesas de los casinos supieron también de ella y cuentan en Montecarlo que llegó a gastarse dos veces y media el valor del casino. Murió sin nada, a los noventa y siete años, en Niza. Tal vez en Valga, cerca de Pontevedra, deberían vender alguna camiseta con la frase Que me quiten lo bailao.
A Carmen Posadas le tomó dos años y una larga lista de agradecimientos dejarnos este libro. Es un trabajo bien hecho, que vale la pena leer.