Notas / Cuatro para tres saltos

Alejandro Cernuda, Alcorcón: 11/8/2024


Desde que Iván Pedroso rompió la barrera psicológica de los 9 metros en el salto de longitud -no válido para récord por una traicionera ráfaga de viento a favor- se creó una intimidad entre el salto y los cubanos. 

El 10 de agosto de 2024 se enfrentaron 4 deportistas nacidos en la isla en la final de triple salto de los Juegos Olímpicos de París. Cada uno de estos deportistas representaba un país distinto: España, Portugal, Italia y Cuba. Tal circunstancia, casi cósmica, destapó en mis alrededores polémicas sobre la legitimidad de la participación de atletas en representación de países donde se han naturalizado voluntariamente. Más allá de la explicación política existe el derecho de una persona a establecerse donde las leyes locales se lo permitan y lo estime su voluntad. 

Los defensores de la exclusión alegan que hay una deuda con la formación obtenida. No. Los países, como los padres, no esperan nada de sus hijos, de lo contrario, la idea de gratuidad de los servicios públicos, entre ellos el acceso al deporte, tendría una letra pequeña adjunta a una rara trata de personas. Por otra parte, algo envanece saber que esos emigrados, de alguna manera, aún son tus paisanos. Yo lo soy de los míos, los de aquí y de allá. Es algo inevitable, aun para quienes se imponen el odio por contrato. 

Cuando el cubano de España logró la medalla de oro y los otros cubanos se abrazaron -incluyendo el cubano de Cuba- imagino que su entrenador y enemigo del viento, Iván Pedroso, que miraba desde su palco, haya asumido con encomio, su responsabilidad subjetiva en aquella especie de eclipse caribeño.

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