Estoy limpio

Alejandro Cernuda, Appingedam: 11/4/2013

En una de esas caminatas me contó que se había dedicado a cazar hienas. ¿Hay elefantes cerca de tu aldea? Oh, sí, muchos. Son una maldita plaga. ¿Y leones? No. Leopardos sí. Cuéntame de las hienas, cómo las cazan. Es algo que sé hacer muy bien, me dice. Además es muy fácil. Agarras un trozo de carne y lo sazonas con mucho rapé. La hiena se comerá la carne y quedará tan atontada por la nicotina que puedes amordazarla sin peligro.

Nicotina… Estoy limpio. Las ganas aprietan pero ya no es tan difícil. He dejado de fumar otras veces y sé cómo es… pero en realidad nunca se sabe, nunca es igual y tampoco es importante contar esta historia incompleta, llena de rencores, asfixia y ansiedad.

El negro me dice: This is powerfull, man. Oh, Mister Cernuda. I’ve got the experience. I know what’m talking about. Dejar un vicio, me dice… holly cow.

Pero negro, le digo, si tú nunca has fumado… ¿Cómo sabes? Y pensé que me iba a contar la experiencia de algún familiar. Una de esas historias interminables que me cuenta mientras caminamos por el también interminable dique costado del Emscanal. Me iba a contar un caso extremo de adicción, como suele suceder, y así sustituir el vacío que deja no haber sufrido en carne propia.

Ante todo tengo que agradecerle que, a cambio de verme como su conejillo de Indias, me ayudara a paliar ese estado soportable, pero a la vez terrible que producen las ganas de dar una calada. ¿Pero tú no tienes vicios, a qué tanto interés? Le pregunto y me pone esa cara de filósofo arbóreo que tanto le conozco ya. Mira la copa de los árboles con sus ojos amarillos. Yo miro al astillero. I know what are you coming through. También tuve que luchar contra el vicio.

Me cuenta que Richard, el otro negro grande, el de Burundi… a él le ha dicho. Hey, Cernuda ha dejado de fumar, por qué no lo haces tú. No, le dijo Richard. ¿Tampoco quieres fumar menos? No. El cáncer mató a mi madre y a mi padre, solo con seis meses de diferencia. Me quitó el dinero de cinco años de trabajo en Europa… con todo se quedaron los médicos. Así que no dejo de fumar. Estoy esperando que el cáncer venga por mí también. Eso me dice que le dijo Richard

La situación es hostil. Hostil me comporto a causa de la ansiedad. Encabrónate conmigo, me dice el negro. Por favor.

Tiene miedo de que me meta en problemas con la gente extraña del campamento. Encabrónate, me dice, y danza y me hace muecas, pero yo solo concibo reírme de su impulso infantil de protegerme. Cuéntame, negro, ¿para qué las hienas? ¿Yuyú? Todo es brujería en África, me dice. Donde hay hienas no hay perros. Si quieres traficar en el aeropuerto sin que te detecten, lo mejor es llevar en el bolsillo un pedazo de piel de hiena.

Lo cierto es que los kilómetros que corro en la mañana, el tenis de mesa o estas grandes caminatas… nada me ha salvado de comenzar a sentir un aumento del peso. Me siento ligero, pero en ocasiones incómodo

Tengo adicción al azúcar, me confesó y yo que vengo de la orilla de un ingenio azucarero jamás había visto un caso así y me tuve que reír. Me agarró por el brazo y lo miré. Sus ojos habían perdido ese toque filosófico y ahora expiraban ansias de comprensión. Pero negro… Nada, me dijo, por eso comprendo por lo que estás pasando. ¿Pero al azúcar, negro, con tanta marihuana que hay en tu país? Me contó entonces que por mucho tiempo había tenido que andar con cubitos de azúcar en el bolsillo, y si no era así era seguro que volvería a casa luego de haber golpeado a alguien en la calle. Me contó que para jugar al Rugby tenía que ingerir una buena cantidad de azúcar primero sino ese día iba a mandar a alguien al hospital. Me contó que aún hoy, luego de haber hecho un esfuerzo descomunal por años, para derrotar ese dulce fantasma de su adicción, aún hoy cuando se siente enfermo prueba primero a mejorarse con un poco de agua con azúcar, y que ningún tratamiento médico será efectivo sin no pasa antes por ese ritual.

Y las hienas, negro, le digo para cambiar de tema… Hemos caminado un buen tramo y el puente levadizo se abre justo frente a nosotros para permitir el paso de un carguero. A nuestra derecha un par de liebres pasan a una distancia prudencial de los caballos que pastan desesperados —Ya perdí las esperanzas de convencerlo de que las liebres no son conejos con muchos años de vida—… En todas partes es una tarde hermosa. Las hienas, me dice. I know a lot about those vermin.

Países Bajos Mundo

Compartir esta nota: