Notas / El día en que no estuve en Comillas

Alejandro Cernuda, Cienfuegos: 16/8/2024


El día en que no estuve en Comillas

Había esa especie de celebración que involucraba al Marqués de Comillas. Estábamos en el pueblo del mismo nombre, en esa especie de refugio al estilo del Decamerón que nos inventamos los que sobrevivimos y hoy hablamos con cierta vanidad del coronavirus, esa peste moderna de la que nos salvamos por los pelos y por esos asquerosos capitalistas que con ansias de dinero inventaron una vacuna que de paso sirvió para curarnos… Que sí, hombre, que los estados también pusieron su granito de arena y el ministro de salud pública en España se desgañitaba para hacernos entender que el confinamiento funcionaba. En el Decamerón funcionó, así que cada cual se hizo el suyo a su manera. Se prestaban los perros entre vecinos para, con el pretexto de sacarlos a mear, poder dar una vuelta a la manzana. La gente dejaba la compra en la escalera para que el tiempo, ése que lo cura todo, lo desinfectara. Luego, cuando la tensión disminuyó y se pudo salir un poco más, era obligatorio la mascarilla, excepto si estabas practicando deporte, lo cual, es más contaminante porque al correr expeles más lejos el aliento, pero el deporte es políticamente correcto. No así el fumar, que levantó rumores cuando las estadísticas parecieron demostrar que el porcentaje de enfermos no fumadores era mayor que el porcentaje global de cachimberos empedernidos. Toda una historia o muchas, cada cual tiene la suya.

Alquilamos un piso en Comillas y de vez en cuando dábamos una vuelta por la ciudad. Es un sitio donde todo lo monumental o de cierta importancia histórica se le debe al marqués de marras. La universidad, el palacio, hasta el cementerio, todo se lo deben a él. La huella del distinguido aristócrata está por todas partes como si quisiera apartarlo de cierto origen oscuro de su riqueza, en el mercado de esclavos, cosa que hoy está mal pero en su época no lo era tanto.

Hoy no estoy en Comillas, pero lo recuerdo. Estoy en el otro extremo del mundo. En Cuba. De visita en Cienfuegos y para ser más exacto en el parque Martí, frente al teatro Tomás Terry; ahí, donde la ceiba.

En aquella ocasión, en la tierra cántabra del marqués, ya dijimos que de fiesta, hubo una presentación de un libro, una historia del benefactor. Fuimos. El ponente era un historiador que, luego de años de dedicación, había escrito la biografía del marqués. Se reunieron en la sala unas cuarenta personas y luego de una breve reseña cronológica a los presentes se nos dio la posibilidad de preguntar. Yo no había leído su libro, no sé mucho del protagonista de su historia y hay que decir, la presentación estuvo deslucida por la escasez de ejemplares para vender.

¿Es cierto, doctor, que el marqués de Comillas era muy rico?

Oh sí, de veras lo era -respondió el historiador.

¿El más rico del mundo?

Bueno, eso es un término muy subjetivo…

¿Se hizo rico con el comercio de esclavos en Cuba? -interrumpió otro oyente.

Tuvo otros negocios -aclaró el ponente- pero ése fue muy próspero para él.

¿Era el hombre más rico del mundo? -insistió el primer demandante.

Ya ven que tenía dinero -dijo el historiador- Aquí mismo hizo muchas obras, y en otros sitios.

¿Pero era el más? -preguntó la señora sentada unos asientos a mi derecha.

Cómo ya dije, el marqués poseía muchos bienes, pero también había gente acaudalada en ciudades como Madrid y Barcelona. Recuerden que estaba en pleno auge el comercio con las antillas… En América había muchos españoles adinerados.

¿Pero el marqués era el más rico? eso dicen - apostilló otro más.

La presentación amenazaba con mutar en una disertación más relacionada con el orgullo de los presentes que con la realidad. Una sola pregunta valía una respuesta y el historiador no tardó en comprender que el éxito de su trabajo dependía, al menos en Comillas, en responder de una manera complaciente. Dos veces lo vi cavilar… dos cosas, me dije. O no sabe o no quiere decir.

Aquí siempre se ha dicho que el marqués era el más rico de España, del mundo no lo sé.

¿Qué era España? - preguntó el historiador- Me refiero a esa época. Hasta dónde llegaba -su voz había desentonado por encima del murmullo. La gente no le hizo mucho caso.

Yo no había leído su obra. Algo sí sabía de las relaciones del marqués con alguien que tuvo negocios en esta ciudad de Cienfuegos. Un marinero de Santander que también había llenado sus alforjas con el tráfico. Eso quería preguntarle y de paso decir que yo era de Cienfuegos, por eso me interesaba el asunto. Por su puesto, bajo aquella tensión por la maldita pregunta, yo no pude intervenir, el historiador procuraba no mirar a nadie en particular y una gran parte del público murmuraba sobre la riqueza del marqués.

Es hora de terminar -dijo la moderadora. Tal vez una funcionaria local de cultura- Es una pena, tenemos sólo cinco ejemplares para la venta; pero seguro que ahí encuentran su respuesta. Quienes los compren lo sabrán primero -añadió a manera de propaganda.

¿Para qué esperar, Carmen? -le respondió un viejo- que el maestro nos lo diga y ya.

Como ya dije…

Si no lo dice es que no se sabe -dijo la moderadora.

Siempre se ha sabido, dijo el viejo- Al menos lo teníamos claro cuando yo era joven.

Como ya dije -repitió el historiador- España no era sólo la península. Hasta donde sé el hombre más rico del reino vivía en una ciudad llamada Cienfuegos, en Cuba.

Fue entonces que mi entusiasmo, sin llegar a superar el murmullo general, se hizo más visible y alcé la mano con la esperanza de decir: Ésa es mi ciudad. El historiador me miró por un momento, pero desvió la vista con presteza, Otro diletante entusiasta de la riqueza del marqués, creo que pensó. Otro que viene a rebatir mis años de estudio con inquietudes poco importantes.

Se llamaba Tomás Terry.

Ése es el mío -grité. El historiador y varios de los asistentes me miraron. Un segundo, sólo ese mínimo intervalo de tiempo mi entusiasmo logró cortar el desconcierto. Luego volvieron a su tema.

Lo recuerdo bien, hoy, dos o tres años después, frente al teatro Tomás Terry, a juzgar por sus obras en Cienfuegos y las del marqués en Comillas, en tierras cántabras, más rico debió de s

er en tanto menor fue su legado.

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