Notas / La jodida piedra filosofal
Alejandro Cernuda, Madrid: 16/9/2023
En el jodido pueblo de Martín, el tipo se pasaba los días retorciéndose por esos dolores abdominales que te hacen pensar que el universo está conspirando en tu contra. Después de un montón de idas y venidas a la clínica local, los médicos se dieron cuenta de que tenía una piedra en el riñón. Nada sorprendente, ¿verdad? Hasta aquí, todo era tan rutinario como la maldita vida misma.
El problema es que esos doctores, en lugar de hacer lo que hacen mejor (que es cobrarte una fortuna por un diagnóstico), tuvieron la brillante idea de que esa jodida piedra valía más que todos los billetes de lotería premiados juntos. Decidieron que tenían que extraerla para forrarse como cerdos en un día de mercado.
Martín, con los ojos brillosos de promesas de riqueza y con el cuerpo doliéndole más que el alma de un pecador en domingo, no lo pensó dos veces. Aceptó la propuesta sin más, mientras esos médicos sonreían como chacales hambrientos.
Pero aquí viene lo bueno, colega. Aparece Elías, el viejo sabio del pueblo, con una barba que parecía la selva amazónica y con ojos que habían visto más engaños que un político en campaña. Y el tipo empieza a hablarle a Martín, contándole que esa maldita piedra es la famosa piedra filosofal. Y no, no hablamos de ninguna lección de alquimia, sino de una piedra que puede curarte como si fueras el mismísimo Jesucristo y convertir cualquier cosa en oro.
Martín y Elías, en plan conspiradores, deciden que esos médicos no se van a quedar con su mina de oro, literalmente. Así que maquinan un plan. Crean una falsificación de la piedra filosofal, la dejan a mano de los doctores y los tipos se frotan las manos pensando en yates y mansiones.
Pero, ¡sorpresa! La falsificación no hace ni cosquillas. Mientras tanto, Martín y Elías se descojonan en su rincón, disfrutando del espectáculo. Y mientras esos médicos se rascan la cabeza y se preguntan qué salió mal, Martín está sanando gracias a la verdadera piedra filosofal y Elías está sonriendo sabiendo que la codicia siempre lleva al desastre.
Así que, amigo, la moraleja de esta historia es que a veces la verdadera riqueza no está en lo que ves brillar en el escaparate, sino en las lecciones que aprendes cuando te ríes en la cara de la avaricia. Y mientras el sol se pone en el pueblo, Martín y Elías brindan con whisky barato y carcajadas sinceras. Porque, al final del día, esas son las únicas joyas que realmente valen la pena.
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