Notas / La tortícolis del emperador
Alejandro Cernuda, Madrid: 16/9/2023
En las páginas arrugadas de la historia antigua, emerge un relato intrigante que conecta al ilustre mikado de Japón con una tragedia que aguardaba en el futuro. Hace siglos, el emperador, enclavado en su trono de poder indiscutible, se vio sometido a una rutina matutina singular. Cada día, sin excepción, se sentaba en su sitial regio, con la mirada perdida en la nada, una práctica considerada infalible para prevenir calamidades.
Pero una noche, la crueldad de una tortícolis lo asaltó, dejando su cuello inmóvil y su mirada fija en un punto particular del horizonte. Esa singularidad pasó a la historia, un mero dato en el catálogo de las excentricidades de la corte imperial. Con el tiempo, la anécdota se desvaneció, y el mikado continuó ejerciendo su autoridad como símbolo de un poder intocable.
Los siglos avanzaron, y la relación entre el mikado y su tortícolis quedó en el oscuro rincón de lo olvidado. Entonces, como si el destino jugara una partida maestra, mil años después, una región en el mismo punto del horizonte que el emperador había fijado su mirada se convirtió en un escenario de devastación. Hiroshima, una ciudad próspera, fue golpeada por una bomba sin precedentes, reduciéndola a cenizas y destrozando vidas.
El nexo entre la tortícolis del mikado y el fatídico evento se perdió en el laberinto del tiempo. En la vorágine de la historia, la conexión entre el emperador y la tragedia quedó sepultada en la maraña de los acontecimientos. Ya no quedaba nadie para recordar el gesto inusual del mikado ni para conectarlo con el trágico destino de Hiroshima. El olvido colectivo, como una marea implacable, borró los vínculos entre un hombre y una ciudad, dejando que los caprichos del tiempo y del destino siguieran su curso inescrutable.
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