Notas / El anillo de Joaquina

Alejandro Cernuda, Madrid: 16/9/2023


La maldita boda. El día en que todos los lunáticos se reúnen y beben sus cerebros podridos. No es mi lugar, pero estoy aquí de todos modos. Las putas risitas, los trajes, las muecas falsas en los rostros de todos. Y luego están ellos, Joaquina y Enrique. Una pareja que se cree destinada, se aferra a la idea del amor como si fuera un último trago en el bar de los perdedores.

Pero, ¿quién necesita el amor cuando tienes anillos malditos en juego? Ahí está Joaquina, el centro de atención, con ese maldito anillo. Y como si el universo tuviera un sentido del humor retorcido, en el instante en que le ponen en el dedo, la desaparición. Se evapora, se volatiliza, se va a la mierda. Ahí estás, Enrique, solo y sin una pizca de novia.

Y sí, eso anillo que nadie pidió, el que estaba ahí como adorno. El mismo anillo que ahora resulta que tiene un truco bajo la manga. Cualquier anillo, dicen, cualquier maldito anillo regalado puede hacer invisible a su dueño. Y mientras todos los idiotas en la boda están rascándose la cabeza, el pobrecito Enrique está maldecido con uno de esos anillos.

Así que ahora tenemos a un tipo que tiene un anillo invisible, y una novia invisible. El doble de jodido, ¿no? Pero resulta que Joaquina todavía está en la imagen, sólo que nadie puede verla. El pobre diablo de Enrique habla consigo mismo, con la nada, con el aire, como si estuviera bromeando con los fantasmas.

La casa, bueno, eso es otro espectáculo. Las cosas se mueven solas, la comida se cocina sola, la ropa se lava por arte de magia. Un verdadero paraíso para el vago, pero también un recordatorio constante de que la vida ha sido un juego injusto. Enrique habla solo, bebe solo, vive solo, y todo este tiempo, Joaquina está ahí, en alguna parte, mirando, riendo, desapareciendo.

Así que aquí estamos, en medio de un maldito lío de anillos, amor invisible y una casa que hace su trabajo sola. Puede que todos piensen que Enrique está loco, pero yo sé que está atrapado en un juego cósmico, una broma cruel del destino. Porque incluso en la soledad, incluso con un anillo maldito, el pobre cabrón todavía tiene el coraje de quejarse. Al menos eso nunca se desvanece.

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