Notas / Viaje al centro del peregrino

Alejandro Cernuda, Madrid: 16/9/2023


Viaje al centro del peregrino

Martín, un tipo con más asesinatos y violaciones que años, decidió lanzarse al Camino de Santiago para intentar purgar su alma retorcida. El tío no sabía ni por dónde le daba el viento, pero tenía claro que necesitaba lavar su conciencia asquerosa a como diera lugar.

Así que se calzó unas botas destartaladas, agarró una mochila raída y se largó a caminar como si la salvación le estuviera esperando al final del camino. Y oye, a medida que iba andando por esos senderos de mierda, el tipo se iba sintiendo mejor. La brisa del campo, el paisaje verde y las paradas en los bares locales le iban devolviendo algo de humanidad.

Conoció a peregrinos de todos los rincones del mundo, y las historias que compartían entre cerveza y vino tinto le hacían olvidar sus pecados por un rato. Y qué diantres, Martín hasta empezó a rezarle a algún dios que nunca había tomado en serio.

Cuando por fin llegó a Santiago, se arrodilló ante la catedral, que a él le pareció la madre de todas las catedrales, como si estuviera buscando una absolución divina. Creía que había limpiado su alma y que ahora era un hombre nuevo, un puto santo en potencia.

Echó un tiempo en Santiago hasta que comprendió que las calles estaban llenas de tipos como él, antiguos pecadores redimidos. Era uno más. Llevado por su orgullo de mierda, decidió que, si caminar hasta Santiago lo había hecho mejor persona, entonces caminar de vuelta a casa sería la puta bomba. Así que se lanzó de nuevo al camino, con la mirada puesta en ser aún más santo.

Pero, claro, la vida no funciona así. A medida que iba retrocediendo, Martín, cansado, sin dinero y sin una puta que llevarse a la cama fue volviendo a sus malos hábitos. Se descubrió a sí mismo musitando ¡Púdrete! A todo aquel que le saludaba con el típico ¡Buen Camino! Dejó de ayudar a otros peregrinos, empezó a juzgarlos como si él fuera el Papa, y la vanidad se le subió a la cabeza como una borrachera de whisky barato.

Durante el regreso tuvo alguna que otra discusión sobre asuntos sin importancia, pongamos como ejemplo, roncar en los albergues. Una nimiedad con lo que vino después. Pateó perros, destrozó cultivos y hasta se cagó a la entrada del ayuntamiento de Astorga. Robó, pinchó, descuartizó, las bicicletas de todo peregrino despistado, porque según él así no se debe hacer el camino. Porque el camino era de él y de nadie más.

A la altura de Roncesvalles ya se había cargado a un par de caminantes en un callejón oscuro a la salida de un bar, por discrepancias filosóficas. No crean que Martín no comprendía que estaba perdiendo algo. En principio lo achacó a la mala suerte. No había encontrado buena compañía de regreso, vaya, que casi nadie vuelve a pie de Santiago, ni tampoco las iglesias o los bares eran ya lo mismo… qué decir de las mujeres.

Al llegar a casa tenía más antecedentes que un capitán mongol jubilado, el tío estaba más jodido que cuando empezó. Se dio cuenta de que había caído en la misma mierda de siempre, que el Camino de Santiago no era la panacea que buscaba, al menos no en sentido contrario. La redención no se encuentra en la carretera, sino en el alma, y Martín la tenía tan retorcida como siempre.

Entendió que la vida real no es un puto viaje épico y la redención, si es que existía, estaba en él, no en una ruta jodida por España. El tío decidió que ya era hora de dejar de buscar respuestas en el camino y empezar a buscarlas en su interior. De ahí el malentendido. Aunque parezca un puto eufemismo Martín no se suicidó de una puñalada, que no era japones ni cosa parecida. El tío estaba buscando la respuesta, la redención que no lo dejaba dormir. No creo yo que la hayan encontrado los forenses. Son tipos que no ven una mierda.

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