Notas / Las impuras
Alejandro Cernuda, Alcorcón: 21/9/2024
Notas abajo escribí sobre Las honradas, novela escrita por Miguel de Carrión en 1917. Dos años después y tras una feliz ingesta de Balzac -todo el mundo comía y bebía un poco de Balzac por aquellos años- el autor abandonó la primera persona y a una distancia en ocasiones prudente nos regala el más descarnado paisaje de La Habana de principios del siglo XX.
Como es imposible desenlazar Las Honradas de Las impuras, aunque sólo sea por los títulos, deberíamos asumir la crítica al estilo moderno. La nueva versión de la novela según Miguel de Carrión viene con una mejora considerable del argumento, de hecho, la tercera persona le concede a Las impuras una fluidez no conseguida del todo en Las honradas; la construcción de los personajes, así como su variedad y número superan a la versión anterior. El aspecto psicológico de la trama viene integrado a un chip Balzac, avanzado para su época, que le aporta al producto una profundidad incontestable.
De los personajes en Las impuras
Uno de los logros de la novela, ya se dijo, es la utilización en 1919 de personajes que más tarde se convertirían en arquetipos por pleno derecho, inherentes a todas las historias contadas, televisadas, escritas y radiadas de la primera época republicana: el proxeneta, la puta, el político, la chaperona, la querida, la esposa aguantona, etc. Dentro de esta corte despunta Rigoletto, quien parece el único personaje dedicado exclusivamente a existir dentro de esta novela. A pesar de su altura -es un enano y para colmo jorobado- es el único que comprende a vuelo de pájaro qué está sucediendo a su alrededor. Su cultura, contactos, su capacidad de moverse por ambos mundos de La Habana, no lo salvan, sin embargo, para caer en el callejón sin salida al que lo condena, diría yo que con malevolencia, el autor de la novela.
El argumento
La historia comienza con el arribo de Teresa a La Habana. Rogelio, quien está casado con Filomena y tiene una hija enferma, es el amante de la recién llegada. Rogelio le pide a Rigoletto, el jorobado, que le consiga un alquiler para su amante. Rigoletto, sin conocer el abolengo de Teresa, la pone a vivir en un solar de mala muerte. El dueño de aquel edificio intenta ligar con Teresa, pero ella no le hace caso. Rogelio, en tanto, continúa con su vida disipada. Rogelio, aparte de su esposa Filomena, su amante Teresa, dos o tres casquivanas de profesión y una vecinita, siente una pasión distinta por una chica apodada la Avioneta -en tanto hacer el avión era sinónimo en esa época de ciertas prácticas indecorosas- Esta señorita Avioneta es un personaje menos arquetípico que los demás, un punto menos que Rigoletto. No es una putilla cualquiera, tiene coche y chofer, casa propia, dinero en el banco, pero un día decide invitar a Rogelio a escaparse juntos de La Habana.
Rogelio sabe que La Habana no es para él. El charco está lleno de tiburones de mayor talla. Se consuma así la doble traición al abandonar a su esposa y su amante, quienes devienen amigas, más a causa de la enfermedad mortal de la niña. Entretanto Rigoletto ha estado visitando a Teresa todas las tardes y como es lógico en una novela así y hasta en la vida real, el jorobado se interna en una silenciosa pasión de la que no da muestras aparentes.
Mientras avanzaba yo en mi lectura hubo un momento en que pensé en Balzac y todo lo bueno que había hecho en la literatura universal, y lo malo, al impeler a muchos a imitarlo en sus estudios psicológicos sin llegar a más que un sentimentalismo moralista. ¿No saben que para lograr esto Balzac necesitaba diecisiete tazas de café mientras escribía por la noche? Carrión en ocasiones logra escapar de esto, sin que yo pueda dar fe de cuánto café bebía.
Sin embargo, al llegar a la escena final, la escena que comienza la tarde en que Teresa ha salido del baño y se mira en el espejo y se viste a conciencia para comenzar su vida de meretriz del dueño del edificio donde vive… en ese momento, porque cualquiera puede imaginar lo que va a suceder entre ella, Rigoletto y esta nueva vida, a mi me dio por pensar que Carrión debió saltar de Papá Goriot a Crimen y Castigo o por lo menos a El jugador y darse un sorbo, sólo uno del final de ese libro y poner a Teresa en una encrucijada, o no ponerla, que la puso. Enterar a Teresa de una manera explícita que ante ella se abrían dos caminos, o se largaba con el jorobado que la amaba o caía en el camino sin vuelta atrás de perdición. O justo en ese momento en que Carrión mismo admite que para Rigoletto, un verdadero especialista en cazar “damas caídas” era consciente de su propia encrucijada. Amaba a Teresa, pero sabía que en su condición de “engendro” su única oportunidad estaba en dejarla caer lentamente hasta ese punto de sordidez a la que indudablemente la iba a arrastrar la vida… Por una reflexión así, un poco optimista, que es lo que se espera de los engendros, debió sustituir las lágrimas de Rigoletto mientras veía el coche de Teresa partir hacia su encuentro con el nuevo amante de turno.
Más allá de mi punto de vista, creo que si Carrión hubiera sido en su vida algo más que médico y escritor, algo como general, futbolista o veterano de la guerra de Lepanto, una obra del calibre de Las impuras, se tendría más en cuenta cuando se habla de la mejor novela cubana y se menciona a Cecilia Valdés o a Mi tío el empleado o, menciono yo, por joder, a El negrero, de Lino Novas Calvo.
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